La historia comienza en aquella calle que tantos recuerdos me trae a la memoria, allí los niños compartíamos muchos ratos con las vecinas que se ponían entre la puerta de mi tía Chon y la casa de tía Juana. De este episodio recuperé datos y los nombres de las mujeres que esa noche se sentaban con sus sillinas al fresco. Todo lo había anotado en una libretina amarilla en la que había dibujado en su portada una casa con dos árboles, unas nubes con un sol y sus rayos correspondientes, y unos pájaros volando.
¡Pero vamos al lio, vamos a lo que nos interesa!
Que
era cobrar el piso a los forasteros, porque seguro que algunas personas se lo estarán
preguntando. Bien, pues cobrar el piso era una costumbre que tenían los quintos
cuando se percataban de que algún forastero quería tener una relación con una
moza de Montehermoso, entonces le exigían que pagará una cantidad de dinero,
unos cántaros de vinos o unas cajas de cervezas (como en los últimos años que
recuerdo). Con el tiempo, no solo eran los quintos quien lo reclamaban, también
había algunos que querían beber a costa de algún forastero. Aunque tengo que
decir, que por norma general el carácter del montehermoseño era en general
hospitalario y aquel forastero que tenía un amigo del pueblo, lo era para toda
la vida.
Y ya entrando en materia, la historia comienza jugando al bote con los amigos. Allí entre carreras y escondicheras escuché a cuatro mozos hablar detrás de la casa de tía María de tío Hipólito que iban a cobrar el piso a un forastero. Mi impresión aumentó cuando uno de ellos dijo.
- Esta noche cae una caja de cerveza. -
y otro asentía con la cabeza para luego decir.
- Y si no la paga va al bidón de cabeza. -
Y después de unas caladas de cigarro arrancaron para La
Picaraza. Yo los miré como asustados, los veía enormes y con aquellas greñas y
aquellos pantalones de campana daban miedo.
Nosotros
seguimos jugando a lo nuestro, bueno luego cambiamos a perros y liebres, así
que a correr. Y corriendo llegamos cerca del baile, allí los mozinos y mozinas
que no entraban al baile estaban asomados a las ventanas mirando como bailaban.
Años después sería yo el que miraba con unas ganas enormes de poder entrar al
baile.
Al cabo de un rato se preparó un gran tumulto y vimos a unos cuantos como llevaban a uno en volandas a la calleja de enfrente. Los que vivieron esa época saben que en aquella calleja eran donde los mozos iban a pegarse, vamos que era como el club de la lucha. Y allí estaban aquellos mozacones zarandeando a un mozo forastero para que pagara el piso.
- O pagas o de cabeza al bidón. -
Y el mozo dijo que
no pagaba.
Allí
había zarandeos para un lado y para otro y entonces aparece otra cuadrilla de
otro barrio que también venía con el mismo propósito, a cobrar el piso. Más
zarandeos, más bronca, algún guantazo, ya entre ellos y entre el barullo, otra
cuadrilla que viene.
Aquello
me impresionó bastante, las voces, las caras que entonces yo veía como
desencajadas, las greñas, los pantalones de campana y el sonido del algún guantazo. Entre tanto jaleo el
forastero se escapó. ¡Lógico si se pegaban entre ellos! Nosotros salimos a la
uña zurraos y con el corazón a cien por hora. Menudo susto y más cuando uno
bufaba como un jabalí.
Seguimos jugando pero ya con el ojo al acecho por si acaso. Después de mucho, pero mucho rato, vamos tanto que ya estábamos templaos de correr y estábamos sentados, cuando vimos aquel mozo forastero venir con otros en plan desafiante y al pasar delante nuestro y de las mujeres que allí estaban sentadas se quitó la correa, hizo ademán de bajarse los pantalones y se tocó sus partes.
Las mujeres eran tía Eugenia, tía Juana, tía María, tía Macrina, tía Inocencia, tía Justa, tía Crescencia, tía Dionisia, tía Chon (mi tía) y tía Gloria (mi madre) que ante tal escandalo le recriminaron su actitud y tía Juana se levantó de la silla y le dijo.
- Comu coja la silla te la ehtampu en la cabeza jigu bobu.
Y el
susodicho seguía con su afrenta y sus risas bobas burlándose de aquellas
mujeres mayores que cada noche se sentaban al fresco a la puerta.
Recuerdo
aquel momento y aquellas risas burlonas, y a tía María levantar una vara ante
tal desagravio. Los que venían con el intentaban llevárselo, pero el a los
suyo. Al poco aparecen los cuatro mozos del piso que venían de la Plaza y al
verlo se fueron a por él. Los acompañantes le dejaron y se fueron corriendo calle
arriba por San Antonio y los demás tiraron zapeando calle abajo otra vez a La
Picaraza. Allí lo engancharon, y dicho y hecho, después de unas buenas tortas, de
cabeza fue a un bidón. Esa imagen de ver los pies por alto y cabeza abajo me
asustó, lo hicieron para meterle miedo y como escarmiento.
Salimos
corriendo calle arriba para nuestra puerta y allí sentaino me quedé, luego ya
nos fuimos para casa. Estando acostado se oyen muchas voces y gresca, me asomo
con miedo al balcón y allí estaba otra vez aquel bicho y a los amigos
intentando llevárselo. Golpeó el coche de Paquete el taxista y la puerta de tía
Máxima, yo miraba con mucho miedo. Voces lejos, voces cerca, voces más cerca, y
allí se presentaron los cuatro del piso y le dieron unas buenas galletas para
que se fuera de una vez. Uno le quitó el zapato y se lo encajó en el tejado de
tía María de tío Hipólito y allí estuvo durante mucho tiempo.
La casualidad quiso que un día en el hospital en esas esperas que hay en las consultas y en las que hablas y hablas con las personas allí sentadas, un hombre me preguntó de donde era
- de Montehermoso. - Contesté yo.
- El pueblo de las dos mentiras. Ni es monte, ni es hermoso. Buen pueblo, aunque la gente es recia, pero son muy nobles. - Dijo él.
y siguió con la conversación.
- De allí hizo una la mili conmigo en los 70. -
Me dio nombre y apellidos y yo le
dije que me dijera el mote, que por eso nos conocemos todos. También me dijo
que con él tenía mucha reconocencia (amistad) todavía y que habían ido hace
dos años a San Blas.
Al lado otro hombre dijo.
- Si os cuento lo que me pasó a mí en Montehermoso. -
Y la mujer que estaba al lado le dio con el pie para que se callara. Pero el siguió a lo suyo y dijo.
- A mí una vez me tiraron de cabeza a un bidón por no pagar el piso, también yo era muy cabezón y un poco bala.-
Y su mujer al lado asentía con la cabeza. Él en su bravuconería dijo que con la que estuvo en aquellos tiempos en Montehermoso era mu raspireña (mujer de carácter fuerte o agrio).
- Vamos como la que tengo al lao. -
Espetó riendo el muy mostrenco. Cosa que le supuso por cierto un buen pellizcón de la esposa por tontorrón.
Y a mí se me encendió una luz en la cabeza y le dije.
- ¿Y no te tirarían un zapato a un tejado? -
Y el hombre me mira y asiente riendo con la cabeza, bueno es que no paraba de reír. Y me dijo que como podía acordarme de eso. Normal, lo había visto todo. Eso sí, no le conté a la mujer lo de las burlas que hizo a las mujeres y las tortas que se llevó, ya que ella no dejaba de decir que todo lo que le pasaba era por tolondrón.
Y esa es la historia del que no pagó el piso
pero cobró un montón.