Mano de almirez de
bronce del siglo XIX. Hace 25 años trabajando unos días en un pueblo de
Extremadura recibí este regalo de una persona de avanzada edad que apenas
disponía de recursos económicos para alimentarse cada día. Al ver su situación
le llevé comida en tres ocasiones, leche, café, fiambre, latas de conservas y
hasta algunas medicinas ya que no tenía dinero para comprarlas.
No sabía cómo
agradecerme lo que había hecho por él, y más en las fechas que se acercaban,
las navidades. Un día vino a verme y me dijo “Toma, esto es lo más valioso que
puedo darte, ya que no dispongo más que de cuatro pingos en casa. Coge esto y
este viejo zacho que son las pocas cosas que me quedan y que conservo con
cariño de mi abuelo. No me lo desprecies, porque el día que yo falte todo esto
desaparecerá y yo se que tú sabrás valorarlo y conservarlo”. Y así lo he
guardado durante todos estos años, en honor de este humilde hombre que poco
tiempo después murió abandonado por su familia.
Hoy al ver
una vieja agenda donde tenía anotado todo esto, recordé este suceso y a este
humilde hombre que dio todo lo que tenia de más valor a alguien que un día le
ayudó.
Que hermosa lección de humildad.
Que hermosa lección de humildad.