Dedicado a Domingo Quijada González
La Feria de Valdefuentes en Montehermoso
La feria de la Virgen de Valdefuentes patrona de
Montehermoso se celebra del 6 al 8 de septiembre, apenas 10 diez días después
de las fiestas del patrón San Bartolomé. Me comentaban en una jornada un grupo
de personas mayores que era muy concurrida y visitada por mucha gente de los
pueblos vecinos y de gente que vivía en las dehesas y fincas cercanas que
acudían para comprar, vender o intercambiar ganado.
Los aperos para el ganado eran muy demandados, y en
eso Montehermoso tenía muy buenos artesanos que gozaban de buena fama en toda
la provincia. También se vendían garrotas y piedras de mechero. Y como en esa
época era la que se recogían las cosechas, a este mes de septiembre se le
llamaba “el mes de las bodas”, aunque por lo que pude averiguar esto también se
extendía hasta octubre cuando se terminaban las aceitunas.
Y es por esto que las novias junto a sus madres y
familiares aprovechaban para comprar parte del ajuar de la boda, ya que allí encontraban
de todo: pucheros, sartenes, cucharas, llares, tazas, platos, potes, tinajas,
mesas, sillas, manteles, etc. También se exponían sellos de madera del pan que
luego se decoraban con motivos de florales, cenefas o figuras geométricas, y a
los que en muchos se ponía el nombre o iniciales de la novia.
A la feria no faltaban los famosos campanilleros de
Montehermoso que también acudían a las más importantes ferias de ganado que
había en los pueblos y ciudades, y que gozaban de una gran fama y
extraordinario prestigio. Igualmente acudían albarderos, talabarteros,
herradores, esquiladores, esparteros, herreros, hojalateros, manteros,
sarteneros, alfareros, zapateros, tejedores, manteros, cesteros, carpinteros, y
otros oficios que también estaban representados con las labores agrícolas y
ganaderas que constituían un sector estratégico para la economía local.
Junto a la feria de San miguel que se celebraba en
el mes de junio, la feria de Valdefuentes era unos de los acontecimientos
ganaderos más arraigados en nuestro pueblo, ya que a la vez tenía una gran
relevancia social y una gran repercusión económica y comercial para el
municipio por la gran cantidad de transacciones ganaderas y la compraventa de
todo tipo de enseres. Aparte constituía una de nuestras señas de identidad
cultural, que como siempre finalizaba con unas buenas muestras del folclore
popular montehermoseño al son de castañuelas y panderetas acompañando al sonido
de la flauta y el tamboril.
Afamados también eran los puestos de venta de los
campesinos de Montehermoso en toda la zona, así como grande era la fama de sus
frutas, verduras y hortalizas recogidas en sus huertas y parrales. Garbanzos,
alubias, habichuelos, tomates, pimientos, berenjenas, melones, sandias, pavías,
higos pasos, ajos, uvas, peras y manzanas y otros deliciosos productos de la
huerta que también se acompañaban con puestos de dulces típicos, miel, arrope y
caramelos artesanos. El vino, pues el vino y el aguardiente no podían faltar
junto a alguna botella de gloria y alguna de coñac que solían traer algunos
viajantes.
La Feria de Valdefuentes era todo un acontecimiento
en la zona y a ella acudían muchísimas personas. Los alrededores de la ermita
de Valdefuentes se transformaban, las caballerías descansaban bajo la sombra de
las encinas en las dehesas cercanas. Todo era bullicio y alegría con el
murmullo mezclado con el sonido de las castañuelas y el tamboril. Acabados los
actos religiosos ya alguno se arrancaba a bailar entusiasmado después de haberse
puesto fino de algún vino peleón de los puestos. Las mujeres más prudentes bailaban
entre ellas hasta esperar que vinieran sus galanes o maridos, parecían no
levantar los pies del suelo y sus danzas se envolvían de una elegante y sobria armonía.
Campanilleros en el arrabal del pueblo. Fotografía: Ruth Matilda Anderson |
Los tratantes
En cada lugar donde se celebraba una feria de
ganado acudían los Tratantes, también
conocidos como Chalanes, que
recorrían todas las ferias ganaderas de los pueblos para comprar ganado que a
su vez luego vendían a otros tratantes, particulares o a los mataderos.
De las informaciones que recogí en el año 2001, a
las ferias de ganado de Montehermoso acudían tratantes de Galicia y de Zamora.
Los gallegos venían a vender mulos y en muchas ocasiones vendían con pagos
aplazados, por lo que después de cobrar algún dinero a cuenta, volvían al año
siguiente a cobrar el resto al vendedor.
Esto recuperé de una de esas entrevistas donde una
persona recordaba siendo un muchacho como venían al pueblo los gallegos con
aquella caterva de mulos tan grande y aquellos sombreros y blusas negras que
tanto le impresionaban.
“Se
quedaban en las posadas en algunos de sus viajes a Montehermoso. Había alguno
muy alto y de buen beber, pero de trato noble y respetuoso. A otro el vino le
ponía buenas chapetas en la cara y la boca se le calentaba diciendo cosas
picantes, pero nunca faltaba a nadie”.
De los castellanos decía:
“Los
de Zamora eran más de vender burros, tenían siempre jumentos de muy buena
raza”. El vino, bueno el vino le gusta a todos y ya alguno se arrancó a bailar
una jota después de hacer buenos tratos en una feria”.
Los gallegos venían con sus mulos y uno lo utilizaban
de cabestro (guía de la piara) para seguir al resto, para ello le ataban una
soga a la cola del mulo, y otra al cabestro (bozal con soga o cuerda que se
coloca en la cabeza de las caballerías para llevarla o asegurarla) del
siguiente mulo y así sucesivamente hasta juntar toda la manada que iban a
llevar a la feria.
En la posada de Tía
Felicia se quedaban un gran número de ellos, hasta 15 se recuerdan en
algunas ocasiones. Los mulos los dejaban en un corral que ella tenía y que daba
detrás de la posada. Para darles agua sacaban agua de los pozos, y para alimentarlos ya tenían todo previsto para que así tuvieran buen porte y lustre a la hora de la venta. También guardaban
los mulos en un corral en la plaza arriba que estaba a la derecha del
ayuntamiento.
Cuando se desplazaba a otros lugares y se quedaban
en la posada de Tía Felicia, desde bien temprano les tenía preparada una buena
lumbre para que se calentaran el café y después de un buen trago de aguardiente
partieran a hacer nuevas ventas. Allí al calor de un buen fuego y unas buenas
brasas hablaban y hablaban de cómo podría transcurrir la jornada.
Luego les ponía los pucheros que previamente ellos habían
dejado preparados con su comida y ella se encargaba de cuidarlos. Tan buenos
guisos en más de una ocasión quedaron sin degustarse, ya que si el día había
sido bueno y con buenas ventas, comían en el bar Rin después de echar unos
buenos vinos y algún coñac.
A
la hora de realizar el trato para comprar el ganado empezaba todo un ritual. Comenzaba
el tratante preguntando al vendedor cuánto pedía por el animal, al cabo de un
rato éste exigía una cantidad. El tratante (no sin buenos aspavientos y
quedándose pensando) respondía ofreciendo una cantidad mucho menor razonando
que dicho animal no valía el dinero que pensaba el ganadero.
Ante
esto, y sabiendo ya de antemano los ganaderos de las costumbre y artimañas de
los tratantes, pedían más perras de lo que realmente valía el animal, para así
obtener un mejor precio. De entrada ya pedían mucho más de lo que querían
obtener por el animal.
Era
la maña del regateo, uno pedía un precio alto por el ganado (vendedor), otro
ofrecía un precio bajo (tratante), luego el precio iba bajando para quien
quería vender y subiendo para quien quería comprar hasta que llegaban a un buen
acuerdo para ambos. Entonces apretando la mano decían «ni pa ti ni pa mí, a partir».
Tanto
uno como otro seguían sus reglas y sus tretas, poniendo cifras hasta que
llegaban a un acuerdo y se daban la mano. Esto era un pacto de caballeros, una
vez cerrado ya no podía cambiarse ni echarse atrás. Aquí no hacía faltan
papeles, ni contratos, “la palabra era sagrada,
lo que allí se hablaba iba a misa”.
Siempre
había un testigo por medio por si alguno quería cambiar o deshacer la operación
y si había diferencias entre el vendedor y el tratante al negociar el precio de
los animales se tenía el hábito de «partir
el trato». Esto consistía en que el testigo presente parte por la mitad la
diferencia entre lo que pedía uno y lo que el otro ofrecía, el trato se cerraba
estrechando la mano.
La
“palabra dada” tenía un gran valor y
estaba por encima de cualquier contrato posible. El “trato
hecho” con un apretón de manos rudas y piel curtida por el sol y el frío de
aquellos hombres con miradas nobles y cuerpos bien trabajados y castigados en
las duras labores del campo.
Pero antes de la compra del animal, el tratante o comprador ha tenido que inspeccionarlo observando la dentadura para ver si los dientes están blancos, tocando las orejas, abriendo, los parpados, viendo las pezuñas y en general la anatomía del animal para ver si está sano y no le dieran “gato por liebre”.
Los Charlatanes
Una figura que casi nunca faltaba en las antiguas
ferias era la del Charlatán, para tal oficio se tenía que tener buen don de
palabra y de persuasión para “engatusar a la gente” y lograr prestar su
atención. Solían ponerse en un sitio alto para que pudieran ser escuchados y
para ver bien al personal y así captar a los más incautos con sus bravuconadas.
Los sermones iban y venían al igual que los productos que eran expuestos como
si fueran tesoros o recetas mágicas que eran vendidos a un precio increíble.
Los charlatanes de las ferias con sus trajes (muchos ya desgastados) y bien peinados vendían sus mercancías hablando y cantando las bondades de su mercancía que solo los más inocentes compraban creyendo que hacían un negocio redondo, sin saber que el producto que habían comprado seguramente no llegaba a casa y ya en el viaje se estropeaba o no funcionaba. Ante eso solo quedaba aguantar las burlas de los demás vecinos, y veremos si no una buena reprimenda de las madres o de las novias o las mujeres. Vamos que de la bronca no se libraban.
Procesiones,
celebraciones y actos religiosos
Como antes comentábamos, todos los actos religiosos
y procesiones se celebraban antiguamente en la ermita, hasta que con el paso
del tiempo todo se traslada al pueblo, incluida la feria de ganado.
Para ello comenzaban los actos el domingo antes de
la festividad donde los montehermoseños bajaban hasta la ermita de Valdefuentes
y después de subastar las andas para sacar a la virgen, comenzaba la procesión
entre las ricas tierras de las Vegas del Alagón sembradas de maíz, tabaco y
extensas praderas.
Antiguamente la Virgen se traía a Montehermoso la
víspera, es decir el día 5 de septiembre y se llevaba el 21, después de
terminar las misas y procesiones de
todas las cuadrillas del pueblo.
Hay que recordar que con el paso del tiempo la
gente que acude a ir a por la Virgen a la ermita para traerla hasta
Montehermoso ha descendido de manera notable y más cuando hay días en los que
el calor aprieta, por lo que en los dos últimos años la imagen se ha traído por
la mañana temprano al amanecer.
Pasada las vegas, llega la subida del camino por
las cuestas donde la gente que porta la virgen hace un esfuerzo extra pero con
mucha devoción, entonces llega un momento entrañable e icónico a su paso por la
Cruz de la Ansomá, y este momento se vuelve extraordinario sobre todo al
atardecer, cuando los rayos de sol se van escondiendo en el horizonte y las
campanas anuncian la llegada de la virgen al pueblo. Y es que en la Cruz de la
Ansomá va mucha gente a esperarla, al igual que por el Retamar donde están los
colegios y en la ermita del Cristo. El sonido de los cohetes que lanzan los
mayordomos indica que la Virgen está ya llegando.
En la ermita
del Cristo es recibida por el sacerdote y el estandarte al ritmo de flauta y tamboril entre vivas
de los asistentes hasta ser portada a la iglesia parroquial donde a su puerta
se volverá a pujar por las andas para meterla en su interior, y donde estará
varios días y será llevada en procesión por las distintas cuadrillas de los
barrios hasta que vuelve en procesión hasta su ermita.
Los actos religiosos comenzaban el día 4 con una
misa por la tarde. El día 5 se procedía a la limpieza y decoración de la
iglesia y por la tarde se hacía una misa de vísperas. El 6 es el día de los
Mayordomos con la misa mayor y procesión. El 7 es el día de las Amas de Casa
con misa mayor, procesión y ofertorio. El 8 es la misa mayor del Nacimiento de
la Virgen con procesión final.
El primer domingo después de la feria la misa mayor
era preparada y ofrecida por los jóvenes. El segundo domingo la misa mayor era
preparada y ofrecida por los mayores.
Los actos terminaban el penúltimo día con una misa
en la Plaza Mayor. El ultimo día se celebraba por la mañana muy temprano el
Rosario de la Aurora por la calles del pueblo. Por la tarde a las 17:00 horas
era la despedida con de la Virgen con Salve en la iglesia. Más tarde la
despedida del Cristo para llegar sobre las 19:00 horas de regreso a su ermita
en procesión.
Paso de la Virgen por la Cruz de la Ansomá antes de su llegada al pueblo. |
Las Cuadrillas
Recibimiento en la ermita del cristo. |
Recibimiento en la ermita del cristo. |
Subasta de las andas antes de entrar en la iglesia. |
Despedida de la Virgen en la iglesia a su regreso a la ermita. |
Despedida de la Virgen por la Cruz de la Ansomá. |
Juan Jesús Sánchez Alcón