Transcripción de un artículo de Cayetano Molina aparecido en el periódico Nuevo Dia el 2 de junio de 1930.
AL PASAR
El
pueblo de los trajes típicos y de los rotulados prestigiosos
Cuando las últimas insistentes lluvias abrileñas,
pensé ir a Montehermoso desde Plasencia; Cecilio, el popular montehermoseño,
dueño y chófer a la vez de un moderno “auto”, me dijo por entonces que el
camino desde el río Alagón estaba intransitable; desistí del viaje y en los
primeros días de Mayo me fui con él, suponiendo que ya estaría el camino en
condiciones para que el “auto” marchara por él; pero verá el lector lo que
pasó, si es que tiene la paciencia o la curiosidad de leerme.
Se sale de Plasencia por el trozo que hay
construido de la carretera de Alberca, que es de mucha importancia, tanto para
nuestra provincia como para la de Salamanca, y que por lo menos cuando pase por
Villanueva de la Sierra, resolverá fundamentalmente el problema de las
comunicaciones para Montehermoso y pueblos de la comarca, ya que se une en
dicho sitio a la carretera de Valverde del Fresno a Hervás. Pues bien, el
paisaje por este lado, es el netamente extremeño, de las grandes dehesas; pero
observo que las casas son señoriales en dichas dehesas, tienen aspectos de
palacios; además veo que estos propietarios tienen muy amplias dependencias
para el ganado vacuno, y en conjunto producen el efecto de que estas dehesas no
son explotadas por los rudimentarios sistemas conocidos, sino con avisado plan
industrial, que es la norma de los propietarios de las mismas.
Antes de terminar el miriámetro,
la carretera está cortada y en ella se está trabajando, y tenemos que coger
un camino tortuoso, cuyos peligros salva la pericia del buen Cecilio. Llegamos
al río Jerte, muy cercano a Carcaboso, y una barca que debió servir para que
por allí pasaran los contemporáneos de Noé, nos lleva al otro lado y minutos
después atravesamos Carcaboso. Como allí no conozco a nadie, no nos detenemos y
continuamos la marcha dirección Valdeobispo, donde pernoctamos y saludé a los
buenos hermanos Conejero y al profesor señor Corbo, que amable siempre, nos
invita a tomar unas cervezas; observo a los muchachos y veo sus trabajos y las
hojas de la arboricultura maderable y frutal de la comarca, que en menudos
álbums tienen reunidas (ya detallaré todo lo de Valdeobispo en otro trabajo).
Continuamos la marcha y llegamos a las Huertas, que a derecha e izquierda del
río Alagón están enclavadas; allí existen uniformadas, con calles y todo, lo
que un vecindario cualquiera pueda tener, (un vecindario de carácter pedáneo,
se entiende); más de 200 casas, donde viven otras tantas familias de
Valdeobispo y de Montehermoso, cultivando las hortalizas y el pimentón, que
cuando ya están fuera de los secaderos lo llevan a moler a Plasencia.
Gusta de ver las huertas y las casas y el abundante
alumbrado y el río al medio; nos viene a la mente algunas de esas acuarelas que
alguna vez con deleite hemos visto de las encantadoras rías gallegas, con sus
soñadoras aldeas, besadas por algún afluente del Miño, o por el Miño mismo,
porque este paisaje cautiva nuestra atención y más cuando vemos aquí y allá,
como un pequeño ejercito dispersos, las hortelanas con el típico sombrero
montehermoseño, con vivos colorines y con el espejito que parece ojo de
ciclope, mirando al que mira.
Y aquí empiezan los inconvenientes; como el camino
se está arreglando, el “auto” no puede pasar por él; Cecilio tiene la costumbre
de dejar allí su “auto” y en caballerías transporta a los viajeros hasta
Montehermoso; como yo no puedo montar en caballerías, porque soy muy mal jinete
y además en este mundo he conocido ya muchas bestias y estoy harto de ellas,
porque sé lo que dan de sí, renuncio a montar y Cecilio que tiene un alma muy
grande, hace que pase el “auto” por la barca y con él me conduce hasta la
llamada Cuesta, desde cuyo sitio ya es imposible andar más con el “auto”, y los
cinco kilómetros que quedan los ando cuesta arriba, que si no es muy pendiente,
es lo suficiente para que mi rostro sea bañado con abundante sudor.
Anduve muy despacio, porque era la manera de llegar
más pronto y menos rendido; en los cinco kilómetros me senté cinco veces y fumé
cinco cigarros; esto da la medida de lo que tardé en llegar a Montehermoso.
Lo primero que se ve de frente, es una ermita y al
lado izquierdo la plaza de toros; veo los rótulos de las calles y me agradan.
Fíjese el lector en los nombres de las principales calles de este pueblo
original y típico, y verá que los que hayan tomado el acuerdo de dar esos
nombres, pensaron en grande, mejor dicho, en las grandezas humanas, en los
genios que con sus vidas ejemplares fueron honra de la Humanidad.
“Oído a la caja”, como se epigrafía una de las más
leídas secciones de este periódico.
Nombre de las calles tal como las copié:
Daoiz y Velarde, Pizarro, Cervantes, Bravo Murillo,
Martínez de la Rosa, Obispo López, Moreno Nieto, Gonzalo de Córdoba, Galeno,
Quintana, Libertad, Sócrates, Valdegamas, Hernán Cortés, Colón y Cisneros.
Coincidirás conmigo, lector amable, en que estos
nombres revelan ya la noble contextura espiritual del pueblo que con ellos ha
sabido rotular sus calles.
¡Cuantas buenas cosas tienen los pueblos de nuestra
provincia, y a veces qué poco son conocidas!
Y Montehermoso tiene aspectos muy interesantes que en otros artículos trataré.
CAYETANO MOLINA
Miajadas, 29 Mayo 1930.
Nuevo día: Diario de la Provincia de Cáceres: Año V Número 1157 - 1930 Junio 02