Anochecer en Montehermoso |
A mi memoria venían
instantes e imágenes de los niños jugando en calle, las risas, las carreras, el
alboroto y la alegría. Las luces de aquellas viejas farolas que iluminaban con
sus viejas bombillas de luz tenue y tonos amarillentos las fachadas y balcones
de las casas.
Y el trasiego de los
carros y tractores cargados de cajas de aceitunas. Y el sonido melódico de los cascos de los mulos, los burros y
caballos regresando al pueblo.
Y el olor, ese
entrañable olor que todavía recuerdo a sopa de ajo, sopa de tomate, de pimientos
fritos o de una buena “fritura” en la sartén que emanaba por las ventanas y que
inundaba la calle dejándonos cosquillas en la barriga.
No puedo dejar de lado
las tardes que pasaba con mis hermanas en casa de mi adorada tía Chon, aquella
encantadora mujer que todo el mundo quería. Sentados al calor del brasero
escuchando en la radio el programa “Dedique usted su disco” donde si no me
equivoco se enviaba una carta y unos sellos acompañados de una dedicatoria a la
novia, amigo, cuñada, primo, madre o cualquier otro familiar o conocido con
motivo de su primera comunión, boda, cumpleaños, por estar en la mili…o
simplemente para saludar.
Era algo así como:
– Desde Montehermoso Chari, Rosi, Puri y Tere
felicitan a Juani en su cumpleaños y le desean un buen día. –
- A Manolo que está en
la mili de su novia Pepa, para que se acuerde de ella en las guardias. –
- A Angelita en el día de su comunión de sus
tíos Eugenio y Lola. –
Las canciones eran
varias, os dejo algunas que me viene a
la cabeza ahora mismo:
• Su primera comunión
de Juanito Valderrama
• Madrecita de Antonio
Machin
• Precaución amigo
conductor de Perlita de Huelva
• Un beso y una flor de
Nino Bravo
• La fiesta de Blas de
Formula V
Y la novela, aquel
mítico serial radiofónico “Simplemente María” que tenía a todas las mujeres
enganchadas a la radio sin pestañear, o mejor dicho, con la oreja pegada al
transistor.
Por la noche los
informativos no los llamaban telediarios, los llamaban “el parte” y después,
pues después te podías encontrar con los dos rombos y eso indicaba a la cama
que los niños no podían ya ver la tele. Antes ya los muñecos nos lo anunciaban
con aquella canción “Vamos a la cama que hay que descansar, para que mañana
podamos madrugar”.
Eso sí, todos estábamos
sentados alrededor de la mesa camilla, hablábamos, jugábamos al cinquillo, al
tute, al parchís, no había móviles por medio que nos distrajeran, éramos más
familia, más humanos.
El brasero de picón con
la badila al lado y la alambrera para no quemarse los pies y que los gatos no
se quemaran. Aunque de vez en cuando olía a chamusquina porque se quemaban el
rabo y decíamos – ya se quemó el gato el rabo. – y yo corriendo lo tocaba para
ver cómo estaba. Y es que los gatos compartían con un montón de pies la
camilla. Cuando las brasas bajaban se echaba una firma “rebullendo”
(removiendo) el brasero con la badila y a seguir otro rato. ¡Ah! Y la camilla
era la típica con aquel mapa de España. Esto da para más, pero eso para otro
día, para otra historia.
Y todo esto viene
porque ayer cené una buenísima y rica sopa de ajo y hoy una buenísima y rica
sopa de tomate como manda la tradición y antes de empezar dediqué tan buen
manjar con arte, pasión, salero y emoción con esta dedicatoria antes de empezar
“A la salud de aquellos tiempos”.
¡Y por cierto! Dicen
que la sopa “guapea”, no será mi caso, pero yo por si acaso esta noche me he
“jincao” dos platos.
Besos y abrazos de un
montehermoseño.