domingo, 27 de diciembre de 2020

El Jarero y el Cura de Gargantilla

Tierras de La Atalaya por donde mataron al bandolero Simón Jarero

Sobre la historia y andanzas de Simón Jarero he ido recabando varias noticias aparecidas en los periódicos entre los siglos XIX y XX. En algunos aparecía como héroe, en otros como villano. De la serie de crónicas dejo esta relacionada con un episodio ocurrido con el Cura de Gargantilla en la que recibió un buen escarmiento por parte del bandolero.

Aunque en la noticia aparece como natural de Zarza de Granadilla, siempre nos contaron que Simón Giménez Alcón (Simón Jarero) era natural de Montehermoso .

Paquita Sánchez Gómez (cuyo marido era descendiente del Jarero) en su libro “Simón Giménez Alcón el bandolero extremeño” nos habla que nació el 6 de marzo de 1806 en Montehermoso.

Se casó con María Clemente y tuvo varios hijos:

María nacida en septiembre de 1829.

Francisca.

Jerónimo.

Gabriel nacido el 18 de marzo de 1835.

Lorenzo nacido el 18 de octubre de 1841.

Teresa nacida el 16 de febrero de 1844.

Ana nacida el 28 de septiembre de 1846.

José nacido el 19 de marzo de 1848.

Simón Giménez Alcón (El Jarero) murió con 43 años en 1849. Informaba de este suceso el Periódico El Heraldo de Madrid el 26 de agosto de 1849. Su muerte se produjo en la cueva que su partida de bandoleros tenía en las tierras de La Atalaya en Montehermoso, junto al arroyo de Casilla, desde donde lanzaban muchas de sus correrías.

A continuación dejo la transcripción literal de la noticia publicada el lunes 20 de enero de 1919 en El Adelanto: Diario político de Salamanca: Año XXXV Número 10625, referente a Simón Jarero y el Cura de Gargantilla.

 

BEJARANAS 

Los ladrones de antaño y los de hogaño

Portolés en Béjar...

A falta de sucesos cronicables, echemos la mirada á tiempos lejanos, que vienen á mi memoria con ocasión de haber sido detenido en Madrid el famoso estafador Tomás Portolés, el que estafó en Béjar hace dos veranos á un banquero.

 Mis lectores recordarán el suceso: Un caballero elegante, de maneras distinguidas, que se dice alemán, llega á Béjar, hospedándose en el Hotel de Venancio, y muy recomendado por un banquero respetable de Salamanca.

Aquí dijo que venía á comprar cantidades enormes de paño, y todo fueron atenciones y agasajos para el alemán.

Captada la confianza de los bejaranos, le fué fácil negociar un cheque contra la Embajada alemana, por cinco mil pesetas. Aquel mismo día salió para Salamanca á buscar un maletín de muestras de paño, que había extraviado.

Sabido es que al llegar á Salamanca, salió en auto acompañado de un representante de importante casa comercial, con dirección á Valladolid, en donde se esfumó Portolés.

En Béjar quedó á deber la cuenta del Hotel, y unas botellas de Champan.

Se llevó la llave del cuarto, y cuando Venancio se decidió á romper la cerradura, halló en la mesilla de noche una gran colección de llaves, sin duda de otros hoteles, en los que se había despedido de Igual forma. 

* 

Comentando este suceso, evoco la memoria de un famoso bandolero extremeño, que «floreció» por los años cuarenta y tantos del pasado siglo.

Simón Jarero era natural de Zarza de Granadilla, partido de Hervás, y en los caminos y dehesas inmediatas, ejercía su «profesión» con la más alta dignidad de bandolero.

Era un sujeto alto, fornido, de atrayente simpatía, generoso, y con rasgos de humildad con los pobres, que le adoraban. Imponía contribuciones á los dueños de ganados que pastaban en las dehesas de Caparra, en dinero y en especie, y poseía amigos fieles, que le ocultaban en los pueblos, cuando la justicia intentaba prenderle. Así pudo campar libremente durante muchos años de carrera, que á veces, se extendieron á los confines de Extremadura baja.

Simón Jarero era uno de esos bandidos de leyenda, que provocan la admiración del pueblo, hasta elevarlo á la categoría de héroe.

Tenían nuestros antiguos bandoleros, valor personal y exponían el pellejo cuando llegaba el caso. Pero los estafadores de hoy quedan muy por bajo de aquellos, y el mismo Portolés, tiembla como azogado al pensar que pueda hallarse frente á sus suegros y demás víctimas de sus hazañas.

Los de antaño robaban á riesgo de encontrarse con un balazo. Los de hogaño, lo hacen á mansalva. Lo peor que puede pasarles es caer en manos de la guardia civil, que lo entregará al Tribunal, para que le imponga la pena severísima que corresponde á la estafa en nuestro Código.

Los granujas de hoy utilizan el dinero estafado en darse buena vida. Los de antaño, favorecían al desvalido, en muchas ocasiones con el dinero robado á los ricos. No me parece mal del todo.

Del lobo un pelo.

De Simón Jarero se refieren multitud de «anécdotas», curiosas y merecedoras de la publicidad.

Recuerdo algunas que me refirió un protegido del bandolero, hace más de veinticinco años en el pueblecito de Abadía, próximo al campo de acción de Jarero.

Fué el caso que en una fiesta que se celebraba en casa del cura de Gargantilla, D. Antonio López, salió la conversación sobre el Jarero. Todos referían sucesos á cual más estupendos en los que había intervenido el bandido.

El párroco – que era de pelo en pecho – exclamó indignado:

– ¡Eso sucede porque Jarero da siempre con hombres-gallinas. Quisiera encontrarme con ese guapo, y veríamos si conmigo se atrevía!

Y allí terminó la conversación.

En Gargantilla vivía una amante del bandido, que seguramente tuvo noticia de las palabras del párroco.

Ello es que seis días después de la fiesta citada, en una tarde de verano, se presentó á la puerta de la casa del cura un hombre, con aspecto campesino deseando hablar con el Sr. Cura para que le expidiese el certificado de una partida de nacimiento.

El ama del cura transmitió á su señor el deseo del desconocido, y momentos después, penetraba éste en la sala rectoral.

Hizole sentar el sacerdote, y entonces el desconocido en voz baja, y mostrando la boca de un trabuco, que llevaba oculto, le dijo que no diera el más leve grito, pues le mataría.

Vengo – dijo – á que me entregue usted doce mil reales. Pudiera llevarme mucho más, que usted guarda, pero no lo quiero.

El cura, sin decir palabra, entregó la suma pedida en oro.

El bandido ordenó á su víctima que llamara al ama y le dijese que sirviera chocolate á los dos. Así lo hizo el cura, y después de la refacción le invitó el bandido á que le acompañara á la salida del pueblo. Pasaron juntos por las calles, como dos amigos, y próximos á Aldeanueva del Camino se despidió el ladrón de esta forma:

– Señor cura: puede usted volverse. Le he robado para hacerle comprender que sus bravatas del otro día no rezan con su servidor Simón Jarero. – Adiós.

Días después el bandolero concurrió al mercado de Plasencia, al que asistía también un hermano del cura de Gargantilla.

Llamóle aparte Jarero y le entregó una bolsita con treinta y tantas onzas de oro, con encargo de que las hiciere llegar á su hermano.

De estas hazañas se cuentan muchas, y era frecuente que Jarero matase las acémilas viejas y matalones de algunos pobres arrieros á los que indemnizaba espléndidamente con orden de que adquiriesen buenas mulas y desarrollasen el negocio con más amplitud.

Jarero murió poco después en una choza de un pastor, asesinado á tiros por sus compañeros de cuadrilla.

Los señoritos estafadores de hoy prefieren operar sin riesgo, y es de alabar el gusto.

 

C.

 



Próximamente nuevos episodios y crónicas de Simón Giménez Alcón (El Jarero). El bandolero extremeño.


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