“Segadores”. María Concepción Borrego Ruiz
Recuerdo cuando trabajaba en el campo en aquellos calurosos días de verano de finales de los 70. Por aquel entonces era yo un adolescente y era la época en la que triunfaba en las carteleras la película Grease y algunos mozos del lugar imitaban los peinados y la ropa de John Travolta.
A mi memoria viene como sentía el calor de la tierra bajo el sol radiante y el agua corriendo por los surcos serpenteantes del maíz. Mi madre se afanaba en el huerto que siempre tenía rodeado de hermosas flores y olorosas plantas de albahaca.
Por las tardes
miraba cada día el horizonte para ver la posición del sol. Era muy observador y
tenía controlada la hora de la merienda cuando ponía los dedos índice y pulgar
describiendo un ángulo de 90 grados, donde el índice era el punto del sol, y el
pulgar la línea del horizonte. Sabía que entonces eran las siete de la tarde. Pero
que con el paso de los días, el punto del sol iría bajando poco a poco hacia
abajo, señal de que las horas de luz se acortaban y los días mermaban.
Pero vamos a lo
nuestro, a la merienda. Índice, pulgar, ángulo recto, siete de la tarde. ¿Qué
faltaba? Pues faltaba la voz de mi padre.
– ¡A la
merendilla! –
Corría que
echaban humo las zapatillas “regaoras” tan
usadas en aquellos tiempos. Mi madre había preparado un buen gazpacho con los
tomates del huerto. Luego un buen cacho de chorizo de la matanza y unas “tajás” de sandia recién cortada. Como
me gustaba la hora de la merienda.
Mi padre me
contaba muchas veces la historia del muchacho que quería ser perro cuando
merendábamos. Yo seguía riéndome como si la hubiera escuchado la primera vez,
luego al terminar se echaba un cigarro y un trago de vino y volvíamos a la
faena.
"Segadores".
Manuel Hernández Rojo
La historia era
la siguiente.
Estaban un padre
y un hijo trabajando en la siega. Esta labor siempre se hacia en verano, cuando
el calor apretaba. Segaban de sol a sol, durmiendo muchas veces en la era bajo
el regazo de una encina.
En una ocasión
el padre mandó al hijo a por el barril de agua que estaba a la sombra. Al ir a
recogerlo observó como el perro que tenían dormía panza arriba encima de la
albarda y esto le dejó pensando. Cogió el barril y se dirigió donde el padre
sin dejar de mirar atrás al can, que con un ojo abierto se extrañaba de las
intenciones del zagal. Al llegar a donde el padre, este se levantó y le preguntó
que miraba con tanta insistencia, a lo que el hijo solo respondió encogiéndose
de hombros. Entonces mientras echaban un trago de agua y hacían un alto, el
hijo le dijo al padre.
Julien Dupré (1851-1910)
– Padre, a mi me gustaría tener la vida que llevan
los perros –.
Y señaló al
perro que dormía plácidamente bajo la sombra de la encina mientras ellos
segaban.
El padre no le
hizo mucho aprecio a sus palabras y continuó con la faena.
Al día siguiente
le volvió a decir lo mismo, al ver nuevamente al perro todo estirado cuando
ellos arrancaban la faena después de una pequeña siesta al acabar de comer.
El padre le
dijo.
– ¿Estás seguro se eso hijo? –.
Y el contestó
afirmando con la cabeza y diciendo.
– Padre, yo quiero vivir como un perro –.
Ante tanta
insistencia el padre decidió darle un buen escarmiento y espero al día
siguiente para que el hijo recibiera una lección que no olvidaría jamás.
“Segadores”
(1974). Vela Zanetti (1913-1999)
– Ya no aguanto más, yo quiero vivir como un perro y
estar todo el día a la sombra –.
– Está bien hijo, coge tus cosas y deja la tarea, ya
acabo yo la siega. Anda vete debajo de la sombra de la encina con el perro –.
El hijo pegó un
respingo y riendo salió raudo y veloz en dirección de la encina. El hombre
siguió su faena y de vez en cuando miraba de reojo al muchacho como disfrutaba
tumbado sonriente debajo de la sombra de la encina y enredando con unas piedras
a modo de chinarros.
Julien Dupré (1851-1910)
Llegó la hora de comer y el hombre dio agua y heno a los mulos y después descolgó las alforjas de una rama y se dispuso al “Jateo”. En esto que viene el hijo corriendo y se sentó relamiéndose y frotándose las manos enfrente del padre.
Pero entonces
este lo miró y le dio con el pie apartándole diciendo.
– Chucho fuera. ¡Ala pacullá! –.
El hijo
extrañado se quedó quieto, pero al momento volvió a sentarse pensando que era
una broma del padre. Pero se encontró de nuevo con la misma respuesta.
– Chucho joio. ¡Hala pallá judinganu! –.
Entonces el hijo
le preguntó.
– ¿Porque hace eso padre? –.
Y el padre le
contestó.
– ¿No querías ser un perro? Pues vas a comer el
ultimo y solo las sobras que yo te de. Si no quieres trabajar y agachar la
rabailla para vivir como un perro todo el día a la sombra, esa es la vida que
vas a llevar–.
Y el padre
después de comer llamó a los perros.
– Kis, kis, kis Toby. Ven a comer –.
Y Toby vino
moviendo el rabo y comió gustoso y agradecido lo que el hombre le dio. Luego
dijo.
– Kis, kis, kis Toño. Ven a comer –.
Y el hijo lo
miró con cara de pocos amigos y se fue de nuevo a echar la siesta.
Toda la tarde se
tiró el muchacho a la sombra de la encina mientras el padre segaba al santo
sol, sin apenas un descanso para sacar la trasera del que te cuento (el trabajo
del hijo).
Al atardecer, dio el padre de mano y empezó a erguirse lentamente, ya que no era capaz de enderezarse después de estar todo el día sin levantar cabeza. Caminaba despacio y pensaba que por mucho que le doliera la situación, debía seguir con el correctivo, ya que el mostraba poca pena por su fatiga y estado.
Cuando en el horizonte ya salían las primeras estrellas atendió a los mulos y los bajó a una charca para darles de beber, que ni eso hacia el perro del hijo (nunca mejor dicho). Cuando terminó, extendió la manta de tira y se dispuso a cenar algo. El muchacho volvió a ponerse cerca por si ya se le había pasado el enfado al padre. Sus tripas ya sonaban como las turutas de Semana Santa del hambre que tenía. Pero el padre nuevamente sacó solo para el y para “los perros” al final.
La “gazuza” que tenía le hizo coger un mendrugo de pan duro y comérselo sin pestañear junto al perro que se extrañaba de verle comiendo junto a el y compartir la albarda por la noche.
Al atardecer, dio el padre de mano y empezó a erguirse lentamente, ya que no era capaz de enderezarse después de estar todo el día sin levantar cabeza. Caminaba despacio y pensaba que por mucho que le doliera la situación, debía seguir con el correctivo, ya que el mostraba poca pena por su fatiga y estado.
Cuando en el horizonte ya salían las primeras estrellas atendió a los mulos y los bajó a una charca para darles de beber, que ni eso hacia el perro del hijo (nunca mejor dicho). Cuando terminó, extendió la manta de tira y se dispuso a cenar algo. El muchacho volvió a ponerse cerca por si ya se le había pasado el enfado al padre. Sus tripas ya sonaban como las turutas de Semana Santa del hambre que tenía. Pero el padre nuevamente sacó solo para el y para “los perros” al final.
“A dog” (1899). Theo Van Doesburg (1883-1931)
La “gazuza” que tenía le hizo coger un mendrugo de pan duro y comérselo sin pestañear junto al perro que se extrañaba de verle comiendo junto a el y compartir la albarda por la noche.
A la mañana
siguiente el padre se levanta y prepara el puchero del café. Entonces al
olerlo, el perro, digo, el hijo. Bueno, el perro del hijo acude corriendo y le
dice al padre.
– Sabe padre, he
pensado que ya no quiero vivir más como un perro, que yo lo que quiero es trabajar –.
El padre le puso
el café que se lo bebió de un solo trago, tan rápido que no le dio tiempo de
llegar al estomago, por lo que le sirvió otra taza más para que las tripas se
calmaran y le ofreció pan y queso que devoró sin apenas masticar.
Y sin esperar a
que el padre le diera tiempo a recoger, ya estaba hoz en mano segando y
pensando en la lección que había recibido de su padre por querer vivir como un
perro para no trabajar.
“Segador
con hoz”. Vincent Van Gogh (1853-1890)
Notas de la narración:
He recibido muchos mensajes felicitándome por esta historia que tantas
veces escuchamos de las bocas de nuestros padres y abuelos. Pero también he
recibido otros mensajes y correos interesándose por algunas de las palabras que
aquí aparecen y que nos muestran parte de la singularidad del habla popular
montehermoseña. Por eso pongo este pequeño glosario con las palabras que la
gente me ha preguntado que no entendían por ser de otras partes del mundo.
Albahaca: Hierba aromática anual de la familia de las lamiáceas que
tiene la facultad de ahuyentar los mosquitos y sirve tanto como para condimento
en la cocina y como planta medicinal.
Zapatillas regaoras: Las zapatillas regaoras eran las sandalias
cangrejeras, abiertas y con un cierre de hebilla para poder sujetarlas. Se usaban
mucho en verano.
Gazpacho: Sopa fría que se realiza de diversas maneras depende del
sitio y de la época. Hay gazpacho con tomate, pimiento, cebolla, ajo, poleo y
trozos de pan duro, aderezados con aceite, vinagre y sal. Hay gazpacho de huevo
y gazpacho con melón o pepinillo.
Cacho: Trozo o pedazo.
Tajá: Raja, porción.
Era: La era es el lugar de trabajo en un terreno dedicado a trillar
los cereales para luego aventarlos y así obtener el grano.
Barril: Botijo de barro para conservar el agua.
Albarda: Pieza que se ponía sobre el lomo de las caballerías para
montar sobre ellas o llevar la carga sin que se les molestara.
Respingo: Salto o sacudida del cuerpo que es causada por un sobresalto
o sorpresa.
Jateo: Comida.
Hala pacullá: Hala para allá.
Hala pallá judinganu: Hala para allá malo, travieso.
Joío: Esto viene a ser como bicho malo o pícaro.
Rabailla o rebailla: Rabadilla. Extremo inferior de la columna
vertebral.
Manta de tira: Mantas que se hacían con lana, tela y tiras de trapo
o algodón reciclado.
Turutas: Instrumento de viento parecido a las cornetas.
Gazuza: Sinónimo de hambre.
Y como os han gustado las ilustraciones, os dejo estas obras maravillasosas. Muchas gracias.
"Segador". María Teresa de Castro
“La siesta” Jean-François Millet (1814-1875)
“La siesta” Vicent Van Gogh (1853-1890)
“Perro durmiendo junto a un jarrón de terracota” (1650). Gerrit Dou (1613-1675)
Museum of Fine Arts, Boston