Dicen que heredé la pasión por escribir de mi tío Félix que murió muy joven en Madrid de una pulmonía, poco después de la guerra civil. Parece ser que se marcho del pueblo por desavenencias con mi abuelo Bernabé, ya que él no era partidario de que mi tío tuviera ninguna ideología política y este era republicano. Dejo muchos escritos, aunque nunca llegaron a poder de su familia en Montehermoso. Nadie sabe qué fue de ellos. Me contaba gente que lo conoció que tenía una gran inteligencia y que estaba dotado de una gran oratoria.
No sé si yo adquirí algo de su talento (lo dudo), pero lo que sí es cierto es que ya de pequeño en la Escuela Mixta de Sartalejo donde aprendí a escribir mis primeras letras, me encantaba hacer redacciones (era lo mío). La señorita Eloisa decía un tema, ¡y hala!, dos o tres hojas del cuaderno llenas de palabras como mínimo.
En especial recuerdo una redacción con mucho cariño que escribí allá por el año 1977. La maestra después del recreo y de venir cansados de jugar a perros y liebres, nos manda una redacción a todos. Tema “Un Vagabundo”. Un compañero que tenía al lado dijo “va, esto esta chupao” – y escribió – “Un vagabundo es un hombre con barbas, pelo sucio y cano con piojos, jersey roto, pantalón con remiendos y rachera (rotura en las partes nobles del pantalón), gabardina sucia, zapatos rotos con los dedos salidos por delante, y lleva un palo con una servilleta en la punta donde lleva pan duro. Va pidiendo perras por las casas para beber vino y a los niños los asusta cuando los ve por las calles”. FIN
Después de reírnos un rato por semejante ocurrencia empecé a escribir la historia de un hombre abandonado por su familia. Un hombre que tuvo mala suerte en la vida y se vio tirado en la calle, recorriendo campos y lugares en busca de cobijo y comida. Y contaba como un día se encuentra un perro abandonado y se une a él como fiel compañero de aventura y fatiga, compartiendo la poca comida que le daban, y dándole calor en las frías noches de invierno acurrucándolo entre sus brazos. La historia terminaba con la muerte del vagabundo debajo de la sombra de una encina, cuando compartía la comida con su fiel amigo el perro y la tristeza del animal aullando desconsolado y lamiendo sus manos para que despertara. Este para mí fue el mejor de cuantos relatos escribí y el que más emocionó a las personas que lo leyeron.
Luego ya al cabo de unos años (1981), vinieron a verme varias personas interesándose por mis escritos y poesías. Recuerdo que me decían en cierta ocasión que mis poesías parecían tener la inspiración de Pablo Neruda, que mis escritos y prosa se asemejaban a los de Rabindranath Tagore y Edgar Allan Poe. Vaya batiburrillo (mezcla). “Eres un diamante en bruto que hay que pulir y tienes un talento enorme por explotar” (me decían). Yo escuchaba sin acabar de creer lo que me decían y recuerdo a un amigo que me decía por lo bajo “No hagas caso a estos tíos que estos no saben lo que es divertirse, míralos, que pinta esa con gafas de culo de bote y ese…pues encima de gafas, pa remate melenudo. Y encima mira to las tías que están pasando en la discoteca y nosotros aquí hablando como memos con estos pavos, sin ligar y perdiendo el tiempo. ¡Vamos ya hombre que van a empezar los agarraos!”.
La verdad es que a partir de aquella época muy poco escribí y las musas dijeron “Así…hay te quedas amigo. Cuando sientes la cabeza ya nos llamaras, tranquilo”. Y así fue como casi 30 años después intento reconciliarme con ellas y que nos “ajuntemos” otra vez. Y que por fin no las vuelva a dejar, que ahora a estas edades ya no hay discoteca que valga, y mujeres, gracias a Dios ya no me hace falta ir a buscarlas, que estoy muy bien casado. Porque yo, si tengo inspiración, sea la hora que sea de noche, me levanto a escribir lo que ellas dejan en mi cabeza. A por cierto, un momento. Me dijeron por aquel entonces que cuando sentara la cabeza las llamara ¿verdad?. ¡Dios mío! y hasta ahora no las he llamado, que vergüenza.