Félix Barroso Gútierrez (foto: Ricardo Jimenez Barrios) |
De vez en vez, de modo especial al hablar de nuestras fiestas, ritos y tradiciones, se deslizan peludos gazapos en las páginas de nuestros periódicos, lanzados a la buena de Dios por gente que se queda tan pancha una vez vomitados tales exabruptos. Así, no hace mucho leíamos que la fiesta de “Los Negritos de San Blas”, declarada de “Interés Turístico Regional” en 2005, aparece con las mismas señas que hoy en el siglo XVI y que la música que acompaña a las danzas que ejecutan los danzarines de “Los Negritos” es de la época de los celtas.
Por decir barbaridades, que no quede. Sinceramente, por más que hemos investigado, buceado en viejos legajos, preguntado a aquel don Fausto Sánchez Dosado, que, aparte de ser paisano mío (Santibáñez el Bajo), fue párroco de Montehermoso y un auténtico ratón de archivos y bibliotecas, no tenemos un solo dato que nos hable de la fiesta de “Los Negritos” en pleno siglo XVI. Posiblemente, a tenor de las danzas de paloteados que se ejecutan y de otros rituales, algunos ya perdidos, es muy probable que tal fiesta ya existiera en dicho siglo, e incluso antes; pero son simples conjeturas. Y en lo que concierne a que la música de las danzas es de época celta, no podemos por menos que sonreírnos ante semejante brutalidad, propia de lo que suelen orinar fuera del tiesto. Un prestigioso etnomusicólogo, como fue el extremeño Manuel García Matos, que visitó asiduamente Montehermoso entre los años 1933 y 1935, nos dice lo siguiente: “Es inútil todo intento de encontrar vestigios musicales de los pueblos arcaicos; no porque creamos que no existen (no hay motivos para negar su existencia) sino porque no sabríamos reconocerlos, dada la ignorancia de la Musicología respecto de los sistemas musicales de aquellos pueblos”.
La colorista fiesta de “Los Negritos”, que todos los años se pone en escena a lo largo de los días 2 y 3 de febrero, vibra especialmente a la hora en que los danzarines, que visten galanamente y llevan el rostro embadurnado de negro, ejecutan sus antiguas danzas, presididos por el “paloteru” y al son de los instrumentos del tamborilero. Acerca de viejas danzas de palos o de oficios, ya se rastrean su ejecución en el siglo XIII, a raíz de instituirse la fiesta del Corpus Christi por el papa Urbano IV en 1263. Tal vez, la Iglesia, a partir de esta fecha, aglutinó en torno a la fiesta del Corpus una serie de danzas que tenían connotaciones paganas y que ejecutaban los integrantes de diversos gremios en determinadas fechas. A partir de esos años, la documentación sobre danzas de paloteados y de oficios es bastante abundante, surgiendo, así mismo, leyendas de corte religioso, sobrepuestas a otras de carácter más mundano, con las que los clérigos pretendían esclarecer orígenes de peregrinos ritos u ofrecer subjetivas interpretaciones de tales o cuales fiestas, como es el caso de la leyenda que, sobre “Los Negritos”, corre entre el vecindario de Montehermoso.
En estas danzas de paloteados que, por estas fechas de febrero se repiten en otros pueblos de la geografía extremeña, como es el caso de Nuñomoral (Las Hurdes), puede que se rastreen connotaciones guerreras, emparentadas con aquellas danzas de espadas y garrotes de las que nos hablan antiguos escritores, como Jenofonte, Silio Itálico o Estrabón. Y tampoco es de descartar ciertos posos sobre ritos propiciatorios y de fertilidad. Tampoco puede que vaya descaminado Curt Sachs, prestigioso etnomusicólogo, cuando en “Histoire de la Danse” (París, 1938) nos dice que, en las citadas danzas, existe una pugna entre la energía negativa de la defensa y la energía positiva de la fertilidad, o que “el espíritu del bien, encarnado por los danzantes, es combatido por el del mal, representado por el bufón”. Sea como fuere, el caso es que la fiesta de “Los Negritos de San Blas”, de Montehermoso, cargada de perfiles arcaicos y pintorescos, no necesita de ultramontanas interpretaciones ni de rocambolescos exabruptos sobre sus orígenes para erigirse en una de las manifestaciones etnomusicológicas y antropológicas más señeras de la región extremeña.