Apretaba el calor en la estación
del estío y el sudor bajaba por las largas barbas de Juan Holgado, el viejo
caballero del poblado. Acababa de recoger una cesta de moras en el arroyo ahora
casi seco que estaba cercano al río.
Su ropa siempre limpia y aseada,
a pesar de vivir solo, ahora se encontraba llena de polvo y negro carbón. Su frente
arrugada por los años y su corazón más arrugado por el dolor.
Lagrimas de impotencia y
desaliento corrían por sus mejillas al recordar como ayer mismo los soldados
del Conde quemaron su chozo, destruyeron sus zahúrdas, sus corrales y mataron a
casi todo su ganado. Unas cuantas ovejas le quedaron, un viejo asno y su perro
malherido cojeando tras sus pasos.
Le tiemblan los labios y suspira desconsolado
al pensar en su corcel por lanzas atravesado, ese fiel amigo que tantas leguas
le ha acompañado – Yo os maldigo hombres
sin alma, yo os rechazo, mal seáis tratados – gritó consternado.
El viejo caballero recuerda como
hace tiempo llegó al poblado magullado y ensangrentado, como los campesinos le
ayudaron y salvaron. Desde entonces les prometió Obediencia, Afecto y Cuidados,
librándoles de bandidos, estafadores y picaros maleantes, que cuando su espada
empuñaba en alto, no había valiente que a este hombre aguante.
Pero un día llegó un conde con su
tropa de soldados, vestidos con buenas ropas y caballos elegantes. Tomo el
sitió como suyo y expulsó al viejo caballero al monte, entre piedras y
canchales. Allí construyó su chozo, sus zahúrdas y corrales. Quitó piedras,
escobas y jaras, y sembró unos cuantos arboles. Los soldados al pasar se
mofaban y reían al verle trabajar, y no dudaban en pasar con sus caballos por
el sembrado para hacerle enojar.
Una mañana se disponía a cargar
sacos de trigo en su asno para llevarlo a moler a la aceña del río, cuando vio
venir a un grupo de soldados con el conde delante, este al verle ordenó a varios
de sus esbirros que le quitaran el trigo en tributo para su condado.
Cuando los soldados le fueron a
quitar el trigo, de la rabia que le entró, alzó su hoz y al verle quedaron
atemorizados ante su mirada y bravura. Entonces silbó el viento y una flecha
cayó a sus pies impulsada por una ballesta. Aprovecharon para quitarle la hoz y
llevarse su grano.
El viejo caballero Juan Holgado,
hastiado ya de tanta ofensa y de tanta injusticia, cogió una piedra blanca de
cuarzo y la lanzó con todas su fuerzas contra el conde. La piedra no llegó a
hacerle daño, eran muchas las horas de trabajo sin descanso y pocas las fuerzas
en sus manos. Entonces el conde se giró y le dijo en tono burlón:
– Viejo bribón, no llegas, te quedas a dos
metros escasos –, y se fue riendo con sus soldados.
Cuando se enteraron los
campesinos del poblado, le trajeron comida y le ayudaron. Fue tal el
agradecimiento recibido y la palabra que el caballero ha dado, que decidió
hacerle frente y escarmentar al poderoso señor del condado.
Comenzó ayudando a un joven
campesino de tan solo quince años que a su padre habían matado y que tenía que
sacar adelante a su madre y tres hermanos. En un receso de la siega el chico le
dice:
– Y usted que gana con esto –
– El cariño de estas pobres
personas amigo – contestó Juan Holgado.
– Pero con esto no se come señor –
– Ya joven caballero, pero se
alimenta el alma que muchas veces está desnutrida y hambrienta –
Y siguieron segando…
Al cabo de un tiempo, los vecinos
ayudados por el viejo caballero, consiguieron buenas cosechas y arreglar sus
maltrechas casas. Algo de lo que el conde nunca se acordaba, solo de recaudar y
darles migajas.
Llegado el otoño, y con los días
más cortos y los arboles matizados, los soldados intentaron de nuevo echar al viejo
caballero del condado, lo cogieron dormido en su chozo y lo amordazaron, los ladridos de su perro
fiel a los campesinos alertaron y cuando se disponían a llevárselo ante el conde,
aparecieron en la noche con sus caras pintadas de carbón portando antorchas, palos,
horcas y lanzas hasta que los soldados huyeron aterrorizados.
Al llegar al castillo y contarle
lo sucedido, el conde enfureció tanto que no paraba de maldecir a todo el
mundo. Reunió a todos sus soldados y salió dispuesto en la noche a matar al
viejo caballero y destruir el poblado y los sembrados de los campesinos. Pero antes
de llegar al sierro le salió en lo alto el viejo caballero que ahora los
campesinos llamaban Don Juan de Holgado, que capa en ristre, espada dorada y
con desafiante voz le dijo:
– ¿Dónde vas con tus soldados? –
– ¿Es que no tienes suficiente
comida después de lo que nos has robado?–
–¿Es que eres tan débil que ni
siquiera puedes tirar del arado?–
–¿Es que ni siquiera tienes
fuerza para coger una azada y cavar la tierra para sembrar el grano?–
– Ya entiendo, nos robas porque
eres un cobarde y nos necesitas para alimentarte a ti y a tus soldados –
En esto que Don Juan de Holgado,
en otros tiempos noble caballero y en esa noche si cabe, más noble y más
caballero que nunca, se da media vuelta y se va silbando. Aquello encolerizó
más que nunca al conde que raudo se bajó de su caballo, desenvainó su espada y
le dijo desafiante:
– ¿Te crees que tengo miedo de un
viejo caballero, o debería decir lacayo? –
– ¿Solo si eres capaz de venir
hasta aquí en 10 pasos en línea recta, veré si eres un hombre o un mojigato? – contestó
Don Juan de Holgado.
El conde enfurecido lo miró
fijamente y aceptado el reto, caminó a pasos largos y raudos. Apenas le
quedaban dos metros, levantó la espada con los ojos desorbitados y gritando colérico
cayó a un foso lleno de clavos.
Entonces el viejo caballero Don
Juan de Holgado, se acercó y le dijo:
– Recuerda lo de aquel día, pues
ahora le digo yo “Viejo ladrón, no llegas, te quedas a dos metros escasos”.
Y siguió silbando camino del
poblado, mientras los soldados salieron al galope a salvar a su amo y acabar
con el viejo caballero, cuando de entre los matorrales aparecieron cientos de
campesinos con palos y horcas. Al ver esto los soldados corrieron atemorizados
como auténticos galgos dejando solo a su amo.
Desde entonces se imparte
justicia en el condado y quien manda y gobierna es el pueblo, los campesinos, que
a partir de ahora ya no sufrirán la injusticia del conde, gracias a la valentía
del viejo caballero, Don Juan de holgado.
Juan Jesús Sánchez Alcón