Aquella fría noche del
sábado 5 de enero de 1974, estaba impaciente y nervioso. Yo tenía 10 años y
aunque nunca fui caprichoso de regalos (me conformaba con poco), esa noche
estaba dispuesto a espiar a los Reyes Magos cuando entraran por el balcón. Reconozco
que sentía cierto temor, más cuando escuche a una vecina decir – Esta noche vienen tres hombrones con las
coronas a traer a los niños que se porten bien los regalos. –
¡Dios mío! Tres hombrones
pensé yo. Que susto madre mía si los veo subir al balcón.
Y con esas me fui a la cama
y no dejaba de pensar. Las botas ya estaban en el balcón, solo esperaba que no
se les ocurriera llevárselas a los reyes.
Las horas pasaban y no
pegaba ojo. Así que me decidí a abrir la puerta del balcón. Lo hice con mucho
cuidado para no meter ruido. Después de un buen rato pasando frío, me metí para
dentro. Solo veía los tejados con una buena helada (pelona, como que decimos
aquí).
Vuelvo a la cama. Ojos como
platos. Venga pensar y pensar, y nada. Me vuelvo a levantar y a salir al balcón.
¡Y nada! Mas frío, y más helada.
Ya el sueño empezaba y
también quizás el desengaño. ¡Hala!, a echar otra vez!
Me dormí y soñaba ya de
madrugada cuando me despertó un sonido de pasos de caballos. El corazón se
agitó y boté de la cama. Ya están aquí los reyes, pensé. Ahora no se escapan.
Aquel sonido retumbaba en la
noche “taca tatáca, taca tatáca, taca tatáca. ¡Ya está! Esos son los caballos
de los reyes.
Salgo al balcón y miro nervioso,
y veo un hombre montado en un caballo y detrás un mulo con aperos que bajaba
calle abajo. Vaya chasco. Otra vez a la cama, se ve que no era mi día. Digo, mi
noche.
Vuelvo a los sueños, los pies
“helainos” de frío de tanto estar a la intemperie. Ya entrando en calor me
dormía cuando de repente siento voces. Me quedo un rato quieto y siguen las
voces. Risas, algunas palmas y canciones. ¡Huy madre! Ahora sí que sí. Serían los
pajes, digo yo. Y vendrían contentos.
Salgo de nuevo y agachado
para que no me vieran y espero a que se acercaran. Después de un rato de cantar y
cantar, aparecen por la calle de la plaza tres hombres en la penumbra. Había estado
escuchando un rato como cantaban el Achilipú,
Te estoy amando locamente, Acalorado…(de las que me acuerdo, vamos).
Uno gritaba – semos los
reyes, semos los reyes, sacal los zapatos. –
Aquello me desconcertó, reyes
cantando y sin camellos, sin pajes, ni coronas. Eso, y más viendo cómo se tenían
que agarrar los tres porque si no se caían…bueno, es que los vi caer varias
veces.
Luego se pusieron a bailar
los tres un pasodoble (ahí fue una de las veces que se cayeron), y terminaron
cantando lentos. Por el amor de una mujer
y Tomamé o dejamé.
Recuerdo a uno decir que le
iba a pedir la mano a la novia. Otro le decía que la mano se la tenía que pedir
al padre. Y otro decía que eso no era para los de pueblo, que se hablaba con
los padres y punto.
Era ya tan tarde que algún
gallo ya cantaba tempranero, pero ellos seguían y seguían con su conversación. Al
cabo de un rato empezaron a andar calle abajo y al llegar al Bar Pistón uno
gritó – José abrimos. – Pero José el vecino y dueño del bar no abrió. Más adelante
en el Bar Barato se sentaron a la puerta dos de ellos, mientras uno salió a
tocar las puertas gritando – semos los reyes, semos los reyes, sacal los
zapatos. –
No sé de dónde, pero salió
una voz que dijo – Como salga pa fuera vos estampo contra la pared. – estaban
borrachos, sí, pero corrían que perdían el culo.
El gallo a lo suyo, cantar y
cantar, y yo me metí para dentro asustado y desconcertado por lo visto.
Al despertarme por la mañana
baje a desayunar y ya ni me acordaba de reyes ninguno. Mi madre me dijo, ¿no
has visto si te han dejado algo los reyes? Y entonces fui a ver, el regalo
seguro que os suena a muchos, era una escopeta de plástico con un tapón de
corcho. Los que tuvimos la infancia en los 70 también recordamos las pistolas
de plástico, con la estrella de sheriff, el sombrero (también de plástico). Y como
no, aquellos indios y pistoleros con sus caballos.
Total, que esa fue mi
aventura en una noche de reyes. Pero queda la guinda final. Por la mañana los
amigos salimos con los juguetes, recuerdo que el tapón de corcho lo encajé en
un tejado, no llegó ni a mediodía. En uno de los descansos un amigo dijo. – Anoche
me levanté y vi a los tres reyes. – Y entonces yo extrañado pregunté – ¿No vendrían
cantando? –Sí, contestaron dos a la vez. Entonces mi desconcierto y
desesperación fue total. Había visto a los reyes sin traje, sin corona, sin
pajes, ni camellos, y con una “Tajá como un piano” (Tajá = Borrachera).
A partir de entonces no
volví a salir al balcón.